La complejidad de la realidad ha acabado con el último dogma: el pensamiento único. Tenemos que discutir con quienes lo han hecho hegemónico. Durante años hemos sido cebados con discursos dogmáticos: parecía que los políticos, sociólogos y economistas tiraban en la misma dirección. Ahora descubrimos que hay un debate y que lo que se presentaba como leyes intangibles de la naturaleza está refutado por parte de los expertos. La complejidad de la realidad ha acabado con el último dogma: el pensamiento único. Tenemos que discutir con quienes lo han hecho hegemónico.
Más pobres, más desiguales, más precarios, menos protegidos, más desconfiados, menos demócratas. Éste es el devastador balance que ha dejado la crisis económica en amplias zonas del mundo, en especial en el sur de Europa, convertido en el laboratorio mayor de los experimentos de la denominada 'austeridad expansiva'. Una combinación tan desmesurada y tan desfavorable de elementos no se ha dado en la historia contemporánea más que en cuatro las dos guerras mundiales, la Gran Depresión y la Gran Recesión que empezó en el verano del año 2007. La austeridad se extendió durante los años setenta del siglo pasado para combatir el consumismo desaforado, el despilfarro de los recursos naturales y un cambio climático del que entonces no se hablaba con la urgencia y preocupación de ahora. ¿En qué momento perdimos la batalla de esa austeridad generosa y progresista, y nos la cambiaron -como en un juego de manos de trileros- por la que se ha aplicado en los últimos años, que ha causado tantos sufrimientos y tanta desigualdad? La transferencia de poder y de riqueza de abajo arriba ha sido tan grande que ha vuelto a poner en cuestión la estabilidad del binomio entre democracia y capitalismo. Mientras la primera pierde calidad, el segundo es cada vez más fuerte y más opresor. El ciudadano piensa que la razón económica prevalece sobre la razón política. Esto no es lo que decía el contrato social que todos hemos asumido como ciudadanos.